Marcelo “Matador” Salas no tiene nada que demostrar. Es un crack, un ídolo de verdad, uno de esos que nacen cada cien, doscientos años, uno de esos escogidos por el destino para ofrecernos una ilustración viva de lo que significa la magnificencia, la grandeza. Su nombre ya está escrito en letras doradas y marcadas a fuego en la memoria colectiva de cada uno de los chilenos; su nombre tiene reservado un sitial de privilegio en la posteridad, etc, etc, y podríamos estar páginas y páginas elogiando y tengan por seguro que jamás conseguiríamos las palabras adecuadas. Marcelo Salas no tiene nada que demostrar, no es su deber.
Y sin embargo, sigue demostrando… Ignoro qué se propone este muchacho, este genio. ¿Más goles? ¿Más trofeos? ¿Más vueltas olímpicas? No lo sé. Como sea, sabemos de mitos y leyendas que llegan a nuestros días como un rumor lejano, casi extinto; otros crecen como héroes de papel.
Y sin embargo, sigue demostrando… Ignoro qué se propone este muchacho, este genio. ¿Más goles? ¿Más trofeos? ¿Más vueltas olímpicas? No lo sé. Como sea, sabemos de mitos y leyendas que llegan a nuestros días como un rumor lejano, casi extinto; otros crecen como héroes de papel.
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